CAPITULO 2 - LA FAMILIA GERARD
" La locura es rampante en mi
familia. Prácticamente galopea" -
Cary Grant
***
Eran las 10 de la mañana en la Rue
Lafayette y el hombre caminaba en forma automática, sin mirar nunca al
frente. En sus manos tenía una
computadora tipo tableta que tan popular eran entre los jóvenes para conectarse
al Internet y jugar juegos. El hombre
nunca había utilizado los juegos, solo usaba su aparato para leer, que era lo
que estaba haciendo en estos momentos sin preocuparse mucho por quien estaba al
frente. Los parisinos se apartaban del
medio para no tropezar, algunos maldecían en tono bajo. Si el hombre los oyó no le importó. Despues
de todo, solo le faltaban 243 pasos para llegar a donde quería.
Luego de 152 pasos llegó al edificio que
era su destino, las oficinas principales de Police Nationale. 28 pasos más lo
llevaron al ascensor. Luego de 18 pasos
adicionales llegó al departamento que buscaba, donde había trabajado por tantos
años.
“Hola, Inspector Gerard” le saludó un
teniente al abrirle la puerta.
“No, no.
Soy un simple civil, nada más.”
“Jamás.
El directorado no es lo mismo sin usted.”
“París ha sobrevivido. El directorado también lo hará.”
“Ah, pero no como antes, no como cuando
estaba mi papá.”
El
inspector apartó un momento la mirada de su tableta para mirar al hombre
frente a sí.
“Su padre fue un héroe, teniente
Bagnolet.”
El teniente suspiró. “Si, por eso entré a la policía, para honrar
su nombre. Añoro como era antes en sus
tiempos, cuando perseguían a F...”
El anterior inspector lo
interrumpió. “Por favor, no hablemos de
ese sujeto. Creo que el dolor que nos
causó a todos fue suficiente”
Bagnolet frunció el ceño. Entendió que debía cambiar el tema.
'
“Lo están esperando Inspector.”
El hombre volvió a dirigir su mirada
hacia la tableta, solo le faltaban 16 pasos para llegar a la oficina donde le esperaban. Los 16 pasos se hicieron 8, luego 4, luego 2. Y con la mano que no sujetaba la tableta tocó
a la puerta que solo decía un nombre.
Commandant Gerard.
La puerta fue abierta por una dama. Una sonrisa se dibujó en su rostro al
reconocer al hombre y se le abalanzó encima.
“¡Padrino!”
El inspector logró sujetar la tableta y
abrazar a su ahijada al mismo tiempo, tarea que ya no era tan fácil a su edad.
“Marie, siempre tan hermosa”
“Antonín, que adulador” dijo la joven,
sonrojada al recibir un halago, que era raro pero no inmerecido. Marie Gerard ya tenía 34 años, pero se
mantenía en excelente condición física.
Era la primera mujer y la persona más joven en ostentar el rango de
comandante de la Police Nationale.
“¿Como se encuentra mi inspector
favorito?'
“Nostálgico. He decidido comenzar a escribir mis memorias
y pasé por aquí para recopilar datos.”
La joven lo miró fijamente mientras
ambos se sentaban.
“Pamplinas. Conoces esta oficina al dedillo. Estoy segura de que sabes hasta lo que
desayuné esta mañana.”
Cuando la había abrazado Antonín había
notado el olor de crepas al ajillo en el rojo pelo de Marie y las pequeñas
gotas de jugo de naranja sobre su chaqueta.
Antonín no sólo sabía lo que Marie había desayunado, sabía lo que había
comido la noche anterior y con quien se había acostado anoche a juzgar por el
perfume de varón que todavía se sentía en su cuello. Si, podía haber hecho alarde
de sus poderes de observación como Sherlock Holmes, pero no lo hizo. Ambos sabían que sus habilidades eran
superiores a las de un policía común y para que reiterar lo que era obvio.
Antonín se acomodó en su silla, apagó su tableta y la dejó sobre el escritorio
de la comandante.
“Y como está mi Padrino” preguntó Antonín, aunque sabía la respuesta.
“Papá sigue igual. Lo único que hace es escribir sobre sus
aventuras, claro, a su manera. El último
que estaba escribiendo se llama El caso del concierto. ”
Antonín sabía que su padrino, el primer
inspector Gerard nunca fue el mismo luego de la desaparición de su archienemigo
Fantomas. Recordaba como si fuera ayer
el momento en que el fin de Gerard llegó.
Fue hace años. Por 14 meses no se sabía
nada de Fantomas. Gerard fue implacable
contra el crimen al no tener que preocuparse de su rival, pero siempre estaba
pendiente de que regresara con otra de sus artimañas. El Teniente Antonín fue extremadamente eficaz
en la recuperación de arte robado y una pista lo condujo junto al Inspector a
un sótano de una vieja casa en uno de los barrios más pobres de París. Lo que allí encontraron les sorprendió. Varias docenas de tubos con pinturas en
perfecto estado. Ambos estaban excitados
ante el hallazgo. Antonín estaba
anotando las descripciones de los cuadros que había encontrado cuando de pronto
oyó un sollozo.
Encontró al inspector sentado en el
piso, con una pintura abierta a sus pies.
“¿Que le pasa Padrino?”
Gerard siempre regañaba a Antonín cada
vez que le decía padrino. El había
reclutado a Antonín por su capacidad intelectual, no por ser familia y no
quería que el público pensara lo contrario.
Pero esta vez Gerard no lo corrigió. Solo dijo una frase.
“Se acabó Antonín. Todo se acabó.”
Antonín no entendía nada. Su mirada se dirigió a la pintura, la cual
reconoció de inmediato. Una copia de El
Concierto por Johannes Vermeer. Antonín
sabía que el original estaba en el museo Isabella Stewart Garden de la ciudad
de Boston en Estados Unidos.
“Se acabó Antonín.” repitió ahora más
energicamente Gerard, secando las lágrimas de sus ojos.
Antonín no tenía idea de lo que estaba
pasando. “¿Pero cómo? ¿Qué se acabó?”
Gerard lo miró a sus ojos. “Mi carrera ahijado. Mañana renuncio a la policía.”
El joven teniente ajustó sus redondos
espejuelos. “No, ¡mil veces no! Luego de tantos triunfos, jamas. Además quien va a atrapar a Fantomas sino
usted.”
Gerard habló en el tono mas certero que
le haya oído jamás.
“Fantomas murió, ya hoy estoy seguro,” dijo
el inspector.
“Explíqueme por favor,” pidió
nerviosamente Antonín.
“Estas obras de arte que hemos
recuperado en los pasados meses fueron todas robadas por Fantomas.”
“Bueno, algunas” balbuceó el teniente.
“¡Cállate! Te dije que todas, escucha y no me
interrumpas. Yo sé lo que digo. Tu no
has deducido nada, lo que hemos seguido son las pistas que la gente de Fantomas
ha dejado.”
“¿Y cual es el motivo?”
“Sencillo. Fantomas murió, su gente lo sabe y están
devolviendo al mundo su colección de obras artísticas. Es su legado, su
testamento. Fantomas murió.”
Antonín pausó. Eso tenía sentido, aunque su ego estaba
lastimado de haber sido solo un instrumento de Fantomas desde la tumba.
“O sea que este Vermeer...”
“Es el original, apostaría mis
bigotes. Fantomas lo robó antes de que
tú comenzaras a trabajar conmigo. Dejó
una copia tan buena que los directores
del museo han preferido mantener en secreto lo que pasó, pero Fantomas dejó su
tarjeta y por eso fui consultado por la policía de Boston. Al día de hoy todavía no se sabe como lo
hizo. El nunca soltaría este cuadro, siempre fue un coleccionista. Solo hay una manera de que esté aquí y es
porque los agentes de Fantomas lo colocaron para que lo encontráramos”
“Pero Padrino, aun así esto es un
triunfo para usted, lo que hemos recuperado en estos meses es invaluable para
el mundo. Y siempre habrán otros
criminales que atrapar.”
“Como Fantomas, ninguno. Se acabó para mí. Pide refuerzos para que
cataloguen lo que hay aquí. Me llevo el
auto. Me voy.”
El joven teniente no dijo nada, solo vio
al inspector caminar lentamente a su Citroen negro. En pocas semanas todo cambió. Todo sucedió rápidamente, la renuncia de
Gerard, el ascenso de Antonín al puesto de Inspector y luego la renuncia de
Antonín a la policía luego de un año en el puesto. Gerard tenía razón, ya no era lo mismo.
Antonín dejó de recordar el pasado y le
dirigió la palabra nuevamente a su ahijada.
“Creo que un robo de grandes
proporciones se acerca, Commandant Gerard” dijo Antonín, adoptando un tono más
serio de lo usual.
La comandante entendió que el momento de
familiaridades había terminado. Hora de trabajar.
“Y que le hace pensar eso, Inspector.”
“Sabes que aún tengo mis contactos. He conocido de varios robos de equipo
especializado que podría usarse para romper bóvedas de banco o sitios con un
alto nivel de protección. Y no solo eso, también...”
La comandante le miró frustrada.
“Ay Padrino, otra vez con el que no
podemos mencionar...”
“¡Fantomas! ¡Dilo sin miedo Marie! ¡No hay muerto si no hay un cadaver!
¡Fantomas va a atacar y hay que estar listos!”
Marie alzó las manos y se resignó a
repetir lo que ya había hablado tantas veces con Antonín.
“¡Fantomas! Lo ves en todas partes
padrino. Si alguien roba un banco,
Fantomas. Si se llevan una pintura,
Fantomas. Un taladro perdido, Fantomas.
Siempre dices que no quieres hablar de él, pero no puedes olvidarlo. Déjalo ir o ...”
“¿O qué?” respondió airado Antonín.
Marie lo miró, llena de lástima.
“O terminarás como mi papá, que quería
atrapar a Fantomas y fue el quien lo atrapó, en una prisión de la mente, donde
los barrotes son los recuerdos y ustedes tienen la llave para salir, pero
prefieren vivir atrapados por un candado de su propia fabricación. Por eso odio a Fantomas, porque les sigue
haciendo daño desde la tumba. ¡Maldito
Fantomas!” dijo Marie dando un puño sobre el escritorio.
Antonín sabía que las palabras de su
ahijada eran ciertas. Apartó sus rubios
cabellos que caían sobre sus espejuelos y se levantó de su asiento.
“Creo que cometí un error. Perdóname querida, no quise perder tu
tiempo.”
La Comandante Marie Gerard también se
levantó.
“Sabes que te necesito. Puedes volver a ser consultor, tenemos
bastante trabajo.”
“Todavía tengo libros que escribir...”
Marie dió la vuelta al escritorio y le
tomó de las manos.
“Yo te necesito padrino. Eres lo único que me queda aparte de papá y
pues...”
Antonín le dio un beso en la
frente. “No me necesitas. Ganaste tu puesto porque eres la mejor, como
tu padre. Y yo cumplí mi parte, es hora
de que otros persigan criminales. El
inspector lo sabía, yo soy el idiota que me tardé demasiado en aprenderlo.
Marie no dijo nada más. Antonín recogió su tableta y sin saludar a
nadie se dirigió hacia el Metro. No leyó
más en todo el día. Llegó a su modesto
apartamento, comió unas frutas y se acostó a dormir. No mas Fantomas, pensó. Haría algo diferente, quizás dedicarse a
recoger miel de abejas como Sherlock Holmes.
Con esos pensamientos en mente se quedó dormido.
Un sonido que se acercaba poco a poco
despertó a Antonín. Era el teléfono que
estaba en su mesa de noche. Todavía
dormido tanteó para encontrar sus famosos espejuelos. El teléfono no se callaba. Antonín lo tomó.
“¿Quien es?”
“Es Marie,” dijo la voz femenina.
“¿Que pasó? ¿Donde estás?”
“Voy camino al asilo”
El asilo. ¡El inspector Gerard!
¡No! “¿Qué le pasó al inspector? ¿Está bien?”
“El está bien. Lo voy a recoger, no quiere estar allá.”
Antonín había pensado que el inspector
estaba enfermo o algo peor.
“Uff que susto me has dado
muchacha. ¿Pero, porque lo buscas a esta
hora?¿A donde lo llevas?”
“El volvió, Padrino”
Antonín despertó por completo. No preguntó quien era el. Ambos sabían que solo podía referirse a una
sola persona.
“¿Estas segura?”
“Lo acabo de ver por YouTube. Es él o un muy buen imitador. Te espero en la oficina”
“¿Quienes lo saben?”
Marie sonaba cansada y exhasperada.
“Padrino, es YouTube, ya miles lo han visto en cuestión de minutos.” Acto seguido colgó el teléfono. Antonín se quedó sentado en su cama, sin
saber que hacer.
Mientras tanto el archienemigo de
Fantomas ya estaba terminando de vestirse.
La camisa, blanca con mucho almidón como le gustaba. Chaqueta, pantalón y corbata azul
oscuro. Todavía conservaba pelo y sus
famosos bigotes eran negros como el azabache, gracias a los tintes que siempre
usaba. A sus 81 años tenía más arrugas,
pero el rostro del inspector Gerard era inconfundible. Satisfecho se miró al espejo y caminó certero
hacia la entrada del asilo. Se sentía
con más energía que nunca. Por fin
atraparía al criminal que el destino le había negado todos estos años. Cuando supo la noticia el fue el que se lo
dijo a Marie y le insistió en que lo buscara de inmediato. Su lugar era en el Directorado Nacional de
Investigaciones Financieras, no con un chorro de viejos jugando bingo.
“¡Lo sabía! ¡Lo sabía! Pronto lo atraparé y entonces...”
“¡Mi venganza será terrible!”
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